CONFESIONES DE INVIERNO

El amor hoy para mí, ¿qué es? Es este asombro infinito de encontrar sus rastros aún, en mi corazón. Ya que sé, de manera tan lúcida, que no tiene destino. Es decir, no tiene un destinatario cierto. Existe, está, aunque no comprendo cómo ni porqué. Pero el amor jamás ha respondido a esos interrogantes.
Hoy, este amor se alimenta y perdura, gracias a pequeñas señales, de seres que están del otro lado de mi soledad.
A veces me sostiene la rabia, la furia … En otros días, la tristeza me descascara el alma, barro lentamente sus pedazos, y sigo, me invento razones para seguir. Tomo lo que sea: migajas, sobras; o, cuando inesperadamente algo me relampaguea adentro, me ilumina, agonizo ante la belleza de un atardecer, de una noche helada con estrellas. Me bebo a sorbos lentos esa sensación, la de estar en paz, la de sentir que tuve y tengo una vida amable…
Esta vida mía no es culpable de haber nacido triste, de sentir tan profundamente una mano abierta ofreciendo calidez, y luego decepcionarse con la misma intensidad porque esa mano ya no está.
No tramito bien los finales, digamos mejor, no los admito de ningún modo. No quiero el final. Amo el transcurrir. Mi razón sabe que la muerte es el final. Sé que corremos o caminamos hacia ella. Mi corazón ama la idea de la transformación, o del permanecer por siempre, sólo que en otra forma. Permaneceré en forma de palabras. Quisiera esa eternidad. La del amor de las palabras. Tan efímera. Tan volátil. Tan inaprensible. Y, sin embargo, tan certera, tan entrañable, tan poderosa que puede sobrevivirnos, tan subjetiva que puede delinearnos.

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